Existe una interesante y abundante literatura que se centra en uno de los procesos que más impacto tiene en el aprendizaje de los estudiantes: la retroalimentación o feedback. Son muchos los beneficios que puede aportar a los estudiantes, entre ellos, hacer posible la autorregulación en dicho proceso y que les permitirá conocer mejor aspectos de su propio pensamiento, elementos que afectan a su motivación y el propio comportamiento o actitud hacia su aprendizaje (Pintrich and Zusho, 2002).
Sin embargo, no siempre existe una correcta aplicación de esta técnica a la que se le atribuyen una serie de problemas o de malinterpretaciones que afectan a que su implantación o desarrollo sean efectivos. Nicol y Macfarlane-Dick (2006) las clasificaron en cuatro apartados y que podríamos sintetizar de la siguiente forma:
- La evaluación formativa no debe pertenecer exclusivamente a los profesores. Debemos empoderar a los estudiantes en ese proceso para que desarrollen su autorregulación y estén preparados para un aprendizaje posuniversitario.
- Existe la creencia de que cuando los docentes comparten la retroalimentación con sus estudiantes, estos la llevan a cabo de un modo inmediato. Esto no es así, ya que hay una alta evidencia de que hay comentarios difíciles de comprender por el alumnado. Por lo tanto, necesitan de un entrenamiento previo para construir sus aprendizajes a partir de un adecuado feedback.
- Considerar únicamente la retroalimentación como un proceso meramente cognitivo nos llevaría a una creencia errónea. También debemos tener en cuenta aspectos motivacionales que influirán cómo el alumnado reacciona positiva o negativamente a lo largo del proceso.
- Implementar una retroalimentación de calidad con nuestros estudiantes supondrá una carga de trabajo para el profesorado, especialmente, en grupos de un tamaño mayor. Esto puede subsanarse repensando el proceso o técnicas que estamos usando, qué estamos consiguiendo y qué agentes intervienen en dicho proceso.