El proceso de evaluación ha sido ampliamente estudiado como algo fundamental para la mejora de la enseñanza y el aprendizaje. Autores como Black y Wiliam (1998) han evidenciado que una evaluación bien diseñada incide directamente en el progreso del alumnado, especialmente cuando se emplea desde un enfoque formativo. Además, la evaluación no debe limitarse a la medición del rendimiento, sino que debe servir como una oportunidad para el aprendizaje y la motivación del alumnado en avanzar hacia los objetivos. Para ello, la herramienta que nos permite comunicarle al alumnado cómo hacerlo es la retroalimentación con una poderosa influencia en el aprendizaje y en los logros del alumnado (Hattie & Timperley, 2007).
Pero en ocasiones, la evaluación suele estar relacionada con la calificación, cuando realmente son procesos totalmente distintos. El primero está centrado en la recogida de evidencias, posterior análisis y toma de decisiones hacia la mejora. En este sentido, hablamos de una evaluación para el aprendizaje y como aprendizaje. Pero, ¿cómo podemos hacerlo? ¿qué elementos o estrategias debemos tener en cuenta para ello? En definitiva, ¿cuál es nuestro punto de partida hacia una evaluación coherente, objetiva y hacia la mejora? ¿Cómo aterrizo la normativa vigente en materia de evaluación en mi aula?