Recientemente se ha publicado un estudio sobre la implantación del modelo flipped learning relacionado con con la formación del profesorado de Secundaria y Bachillerato, elaborado por Raúl Santiago y Déborah Martín Rodríguez y llevado a cabo con cincuenta estudiantes de Máster durante el curso pasado. Los resultados de esta investigación han demostrado que el modelo sí refleja un cambio tanto en el modo en el que los estudiantes acceden al aprendizaje y lo abordan, como en el modo en el que los profesores «cambian» su papel para otorgar mayor protagonismo al alumno y a sus habilidades, competencias y dinámicas de grupo.
Estoy de acuerdo en que flipped learning (como bien se matiza en el estudio) conlleva alterar los ritmos de enseñanza del profesorado por lo que debemos pasar por tres fases: formación, reciclaje, transformación y desarrollo. Estos cuatro aspectos no son solo fundamentales para los profesores que desarrollamos el modelo flipped, sino para cualquier docente que quiera comenzar a dar el salto y apostar por metodologías activas. Porque solo así estaremos asistiendo a un escenario distinto en el que los alumnos dejen de estar frente a nosotros como receptores de contenidos desnaturalizados para ellos. Por lo tanto, es muy acertado cuando se menciona que «los cambios legislativos y el enfoque propuesto por organismos internacionales, al desarrollo de competencias para el siglo XX requieren de la incorporación de nuevas metodologías en los centros». Y los centros han de demandar este tipo de formación para su profesorado, partiendo de su especialización para crear unidades didácticas comprendidas en programaciones que apuesten por este tipo de enfoques.
En la sociedad actual, sí la sociedad del siglo XXI, demanda futuros profesionales hábiles en múltiples competencias, con espíritu crítico y solidarios para un puesto laboral que, en algunos casos, aún no existe. No podemos hacerlo de otra manera que mediante metodologías constructivistas, que «aparquen» la instrucción directa únicamente cuando sea necesario (Just-in-time teaching). La investigación aclara además qué es y qué no es flipped classroom para demostrar la base de los resultados obtenidos y reforzar el hecho de que son importantes los procesos de aprendizaje, más que el aprendizaje en sí subjetiva y no compentencialmente evaluado (¿pruebas escritas?, ¿retos memorísticos? ¿atención a la diversidad?)
Finalmente, la investigación aporta interesantes experiencias e investigaciones previas llevados a cabo por docentes de diversa especialización y etapas en la que se constata la flexibilidad del flipped classroom, en gran parte, generada por la motivación del alumnado y por tener estos un mayor protagonismo en su proceso de aprendizaje, pasando de un rol pasivo en el pupitre a ser agentes activos en el aula. En definitiva, recomiendo la lectura de esta investigación en donde se desgrana paso a paso cada una de las investigaciones propuestas (antes, durante y después de aula), así como unas conclusiones, entre las que me quedo con la esperanza de que «el alumnado ha percibido en la dinámica de la asignatura, su rol como futuro docente».
¡Os esperamos en las aulas!