Aún recuerdo aquellos primeros días de curso en los que me presenté a mis alumnos, aún desubicados tras las vacaciones de verano. Unos días en los que tuve que presentar mi modelo de aprendizaje, en el que ellos iban a ser la parte más importante de todo el curso. Les adelanté que a partir de ese día, todo iba a cambiar: la disposición de la clase, la forma de trabajar, las herramientas que íbamos usar, nuestra comunicación fuera y dentro del aula…etc. Fue entonces cuando expresiones como flipped classroom, ABP o implicación en la evaluación se introdujeron progresivamente en nuestro vocabulario, a la vez que las familias también comenzaron a familiarizarse con ello. Tras esta presentación, comenzamos a trabajar y desde el principio notaron que nada era igual que en cursos anteriores: debían demostrar saber hacer, porque el solo saber no les valdría para adquirir habilidades y conocimientos reales para la vida. No les valdría para adquirir competencias clave para su madurez tanto personal como académica.