«Profe, ¿puedo pedir una calculadora?» fue la pregunta con la que un alumno se dirigió a mí ayer minutos antes de hacer su examen. Esto es algo que nunca ha dejado de sorprenderme. Algo parecido me ocurrió en clase de Inglés cuando un estudiante debía adaptar los datos de unas gráficas obtenida tras un formulario para reflejarlas un texto. Había un dato que faltaba, pretendía que la competencia matemática apareciese en la tarea. Un alumno buscó su calculadora y obtuvo el dato que le faltaba. Desde su origen, la escuela ha ido incluyendo herramientas tecnológicas (pizarra, retroproyectores, vídeos, CDs, presentaciones…) que han ayudado a transmitir (sí, digo transmitir) los mismos contenidos de un modo distinto; contenidos que eran fijos, inalterables y cerrados. Sin embargo, dicha tecnología siempre ha tenido un enfoque o punto de vista: es el profesorado quien seguía transmitiendo los contenidos unidireccionalmente, mientras que los alumnos únicamente los recibían para ser solo recordados y comprendidos.