La reválida que invalida.

Seguro que recuerdas esta escena. Inspiradora. El cine tiene ese poder: es capaz de transcender desde la ficción al mundo real, inspirando a personas recreadas en algunos de esos personajes. El hecho de llegar al alumnado a través de las emociones, creando (como en esta escena) momentos de incertidumbre o confusión en la que los alumnos se miren unos a los otros, desconcertados y ávidos al mismo tiempo por conocer qué les tiene preparado su profesor. Y todo de un modo natural, real, dando como ejemplo la vida misma. Por será ahí donde desarrollaremos nuestra vida adulta, nuestra vida profesional y para que la escuela debe prepararnos de un modo inclusivo, plural y diversificado.

Es en la publicación del Real Decreto 310/2016 por el que se regulan las evaluaciones finales de Educación Secundaria Obligatoria y de Bachillerato en donde todo esto se desvanece de un plumazo. Echándole un vistazo al texto se habla de que se tendrán en cuenta «las competencias clave junto con los contenidos aprendidos (memorizados) durante la etapa». Me he permitido ironizar con la palabra en cursiva, porque con esta medida despachada horas antes de las vacaciones estivales, lo que se va a conseguir en nuestro alumnado, familias y centros va a ser una carrera competitiva en la que únicamente unos pocos, sí unos pocos, conseguirán llegar a la meta. Una meta impuesta en nuestra cultura industrializada en la que todo el mundo debe pasar por el aro de unas pruebas únicas y sin filtro alguno, siendo agentes («técnicos» según el texto) externos quienes decidan el futuro de nuestros alumnos única y exclusivamente tras la «copiar» en un examen unos contenidos curriculares que, por otra parte, sí que animan a los docentes al desarrollo e implantación de modelos activos de aprendizaje en los que la investigación, el espíritu crítico, la socialización, la diversidad y la igualdad de oportunidades aparecen como bandera.

Esto nos lleva a la transmisión y reproducción de contenidos de un modo secuencial y cíclico. Provocando, por un lado, estrés y angustia tanto en alumnado como familias en etapas como, especialmente, la Educación Primaria en la que el papel de los estudiantes debe seguir siendo lúdico, potenciando la creatividad y el trabajo en equipo. Por otro lado, me surge la duda del papel del profesorado en todo esto: ¿estamos asistiendo a la desprofesionalización docente? ¿Seremos testigos de un nihilismo competencial por parte de nuestro alumnado? Estoy convencido de que este tipo de «inversión» va a sesgar de un plumazo, cito, «el conjunto de estándares de aprendizajes evaluables» que, relacionados con las competencias clave, suponen el total desprecio a la hora de desembocarlos en una prueba estandarizada que «asegura la igualdad de oportunidades».

Concluyo con una conversación que tuve con Víctor Martín Navarro durante las jornadas del curso Flipped Classroom en el CPR de Murcia: «Algunos pretenden que los chavales comiencen la carrera en la ESO».

Pues sí, en esas estamos.

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